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Articulos

Venezuela, un país en regresión

por Magaly Villalobos

Por Prodavinci | 20 de Noviembre, 2013

Dos sátiros (1617), de Peter Paul Rubens (1577-1640)

Había una vez una Venezuela que con todas sus dificultades, altos y bajos, picos y valles tenía sus límites y forma de país, con ciudadanos y ciudadanía, con sus características peculiares de país tropical y caribeño. Se abrieron las compuertas, se desanudaron las amarras, se volaron las bisagras y Pan, dios griego, híbrido, mitad hombre y mitad cabra que estaba en los límites rurales, extramuros, irrumpió, violentamente en la ciudad. Sea abrió la caja de Pandora y el Pandemónium tomó la Polis, llevándose por el medio a palos y piedras todo lo que encontró a su paso y principalmente aquello desconocido como la cultura y la educación: el ciudadano.
 
Se revierte la ley y el orden, el espacio ahora es de marginalidad, mostrando su lado irreflexivo y destructor con una voracidad inconmensurable. Pan, dios de lo instintivo, es incontrolable, impredecible, visceral y como la cabra animal que representa se come todo a su paso, como un ejército invasor que entra a una ciudad enemiga, quemando, violando a sus mujeres, arrasando con todo a su paso. Se pierden las fronteras: lo que hay es confusión, desconcierto y destrucción.
 
Al perder las formas estamos en lo preolímpico donde son los Gigantes y los Titanes los que avasallan y tiranizan a una civilización agónica. Esto es regresión.

Los Gigantes son inconquistables, salvajes e insolentes. Atacan estrepitosamente, llenos de la fuerza salvaje del movimiento, sin límite. Son imágenes de la desmesura. En la historia evolutiva a estos Gigantes y sus primos los Titanes se asocian culturas primitivas a las que se refiere el salvajismo y no la barbarie donde ya había agricultura, cultura. Entre aquellos está el hombre paleolítico, los comienzos de la evolución. La conducta titánica pudiera verse, dice Rafael López-Pedraza, como la presencia de esos rasgos arcaicos en la conducta del hombre civilizado.
 
Salvajes y no sujetos a ley alguna. No hay orden. Lo que vemos hoy es una pérdida de las formas, sin límites, ni fronteras en todos los aspectos, ni los poderes se ejercen como tales, ni los ciudadanos tienen un norte. El Ejecutivo es un monarca grotesco, grosero, ególatra, con un lenguaje de juerga, pensamiento mágico, lleno de neologismos. Sin seriedad, no goza del respeto por parte de la población. Todos los poderes y planes están supeditados a las necesidades del Poder y en este hazmerreír estamos disfrutando de un Viceministerio para la Suprema Felicidad Social del pueblo donde hay carestía y desabastecimiento de artículos de primera necesidad, de la cesta básica como el papel de baño.
 
Se arman los civiles, se desarman las policías. Vándalos que ocupan lugares de poder; los pranes, los jefes de las cárceles, trascienden su espacio carcelario; los motorizados son los que dirigen el trafico a su antojo. La vida y la muerte han perdido sus significados. Se han perdido los valores. Como ejemplo tenemos el caso del camión de carne accidentado y los motorizados saqueándolo y pasando por encima del agonizante chofer.
 
El titanismo se manifiesta como desorden y barbarie.
 
La Misión Patria Segura se presentó como la solución para atacar la inseguridad y la delincuencia, las primeras noticias de su proceder nos trajo los excesos del poder de los militares torturando a estudiantes por manifestar y varios muertos, todos “accidentalmente” al pasar por sus alcabalas, con plena impunidad. Con ese desdibujar las formas, los crímenes que se cometen son descuartizamientos, balazos en el rostro para desfigurar; matar a golpes a una enfermera por poner límites. El Australopitecos, al igual que el chimpancé, da lugar a la confusión, al desgarramiento: la mutilación: el método usado por las pandillas, bandas y otros. Rafael López-Pedraza refiere: “la vida llena de horror que observamos en las grandes ciudades de las modernas sociedades occidentales y la figura del Titán desencadenado y lleno de poder, sin límite alguno ni en su hablar ni en su hacer como modelo heroico contemporáneo, se ajustan más al comportamiento del Homo holiganensis que al del llamado hombre primitivo”.
 
De la misma manera como se han perdido las formas en el ámbito exterior, ha ocurrido en el medio interior y hemos ido perdiendo la identidad personal, nos hemos disociado y se suma la soledad a la decepción, desesperanza, temor y parálisis dando lugar afuera, consecuencia de esta proyecci6n, lo opuesto, la voracidad, agresión y destrucción.

En el artículo “Venezuela desapareció”, el actor Miguel Ángel Landa dice el 26 de Julio del 2013 que “Lo confieso: no tengo idea en dónde estoy ni para donde voy. Las que fueron mis referencias para ubicarme en Venezuela han desaparecido. Es como volar en la niebla sin radio y sin instrumentos. Nací y crecí en Caracas pero ya no soy caraqueño: no me encuentro a mí mismo en este lugar, convertido hoy en relleno sanitario y manicomio, poblado por sujetos extraños, impredecibles, sin taxonomía. A lo largo de mi vida recorrí casi todo el país, lo sentí, lo incorpore a mi ser, me hice parte de él. Hoy no lo reconozco, no lo encuentro. El extranjero soy yo. Ocho generaciones de antepasados venezolanos no me ayudan a sentirme en casa. [...] Forzosamente nuestro cerebro y nuestro metabolismo se fueron al carajo, ese ignoto lugar carente de coordenadas. Hoy somos zombis, ajenos a todo, letras sin libras, biografías de nadie. Nos quedamos sin identidad y sin pertenencia. Una forma muy ocurrente de expatriarte: en lugar de botarte a ti del país, botaron al país y te dejaron a ti. Hoy Venezuela agoniza en algún exilio, pero no en un exilio geográfico. No, Venezuela se extingue aceleradamente en un exilio de antimateria, sin tiempo ni espacio. Cualquiera sea el intersticio cuántico en donde se desvanece Venezuela, no podremos llegar a él. [...] Pronto se dirá: “¿Venezuela?, Venezuela nunca existió”. Se me ocurre que en ausencia de muerte formal procede ausencia de llanto. Aquí no habrá velorio. La cosa no merece ni un palito de ron. Los pocos dolientes potenciales que pudieran darse, se irán poco a poco al mismo no lugar en donde el país se escurrió para desvanecerse para siempre. Extraño final para un país: no pudimos ni siquiera ser un Titanic y hundirnos con algo de tragedia y romanticismo. La elegancia no fue precisamente una de nuestras características como pueblo. No tendremos el honor lúgubre de ser Pompeya. No se hablara de nosotros como de Nínive o de Troya. Nunca podrá algún Homero contar que tuvimos un Aquiles. No seremos lana para tejer leyendas. Nuestro final solo nos dejara vergüenza”.
 
Desaparecen los referentes, se rompe la lógica, se distorsiona la coherencia, estamos en duelo. Viviendo la pérdida. Se derrumban las paredes. Y allí está: lo que ha pasado es el tiempo. Los muebles tapados con telas de negro para protegerlos de ese tiempo, lleno de recuerdos, nostalgia, historia. Una sensación de inmovilidad: están y no están. Un lugar abandonado como nuestra asa interior. Ese es el sitio de Hestia, la diosa olvidada. Hoy desvalorizada. La diosa del hogar y la ciudad. Hestia esta en exilio.

Es una diosa de estabilidad primordial, permanencia y prosperidad. Es la diosa más antigua, más honrada, el centro de la vida familiar y por extensión de la ciudad, del país. Es la diosa que nos centra.
Habitación y Hogar. Individuo y país nos dan un reflejo de la condición de nuestra alma. Los hogares que habitamos interior y exteriormente manifiestan un aspecto de ella. Los lugares, de sueños y fantasías, hacen posible que el espacio sea una forma de realidad psicológica. Ella pone al alma en un sitio donde pueda habitar. Su falta amenaza a la estructura completa de la psique con un gran caos.
 
Armando Rojas Guardia, escribió que “algo profundo en nuestro sentir colectivo se relaciona orgánicamente con lo fallido, lo truncado, lo abortado, lo desgarrado, lo desviado, lo extraviado (como una flecha que no logra dar en el blanco). [...] Esa sensación o sentimiento de fracaso tiene, dos causas objetivas: primero, la disminución de nuestra autoestima nacional al compararnos siempre con la gesta heroica que está en la base, en el comienzo de la vida republicana de Venezuela. Anclarnos como país en la psicología del héroe significa estar permanentemente retrotraídos a nuestra adolescencia republicana, negarnos a salir de ella. Ese épico trasfondo psicológico, nos empuja a darnos de bruces contra el contraste permanente de nuestros modestos logros históricos con la magnitud de aquella edad heroica, la primera de nuestro devenir nacional. La segunda causa objetiva de nuestro sentimiento de fracaso ha sido la enorme dificultad del acceso de Venezuela a la modernidad. Una sensación y un sentimiento que pueden adoptar modalidades aristocratizantes, Manuel Díaz Rodríguez, que se afinca en el diagnóstico de la realidad nacional como a punto de ser material y simbólicamente dominada por la barbarie, par la definitiva regresión histórica. Pero la modalidad más frecuentada y más significativa simbólicamente que adopta en la literatura venezolana el sentimiento de fracaso por no acabar de ingresar el país a la órbita institucional moderna es el que podríamos hablar “discurso de la marginalidad”. Sucede como si el fracaso eligiera hablarnos dentro de muchos textos importantes de la historia literaria venezolana, desde el punto de vista de la periferia (precisamente lo marginal es periférico) todos son voces marginales, todos corporizan nuestra periferia, nuestra dificultad para acceder históricamente al centro, nuestro fracaso existencial, colectivamente psicológico, institucional. La mayoría de estas voces no heroicas: muchos de estos personajes son mas bien antihéroes y ello resulta también significativo. [...] López Pedraza afirma que son tres los factores psíquicos que impiden que el individuo se deslinde de la óptica triunfalista y llegue a situarse en una madura y profunda Consciencia del fracaso, más allá de la tesitura psíquica dentro de la cual la indiscriminada y avasalladora aspiración al éxito mantiene al sujeto en la imposibilidad de acceder a niveles cada vez más altos de consciencia y libertad. Esos factores son: la huella psicológica del “eterno adolescente”, con sus aspiraciones encandiladas por el brillo heroico; la superficialidad de la histeria, cuya sofocación intrapsíquica hace permanecer a la persona en un frenesí cotidiano donde no puede auscultarse de verdad a si misma; y el comportamiento psicopático, cuyo vacío existencial solo puede ser llenado por la imitación compulsiva de modelos gregarios. [...] La ruta no épica, ni heroica de salir de la cháchara, de la panoplia, de la frivolidad, del inmenso espejismo petrolero, hacia el paladeo gustoso de nuestros límites, nuestra menesterosidad, nuestra indigencia, para transformarlos en creatividad espiritual y madurez salvadora. Sólo así la marginalidad dejara de ser una maldición, una condena, y se constituirá en una verdadera llamada, en una genuina vocación, en una manera otra, insólita, de acceder al centro”.

De manera que la marginalidad, que es connaturalmente una situación incómoda y difícil, puede ser un privilegio. En Venezuela tenemos un ejemplo paradigmático de marginalidad creadora. El Castillete de Armando Reverón no es sino el lugar heterotópico y concreto del espacio mental, totalmente al margen de la vida social y artística de su tiempo, desde el cual él, se ofrendó a su pintura. Y estando contundentemente al margen logró darnos algunas de las más primordiales imágenes con las que cuenta nuestra espiritualidad colectiva. Su marginalidad lo colocó, de modo inexorable, en el centro.
 
Veo esa marginalidad manifiesta en todos nosotros los venezolanos, niños balbuceantes, sin formas de lenguaje, pre orales, cómodos, egoístas, atemorizados unos y otros, haciéndole culto al padre, herencia del Padre Simón Bolívar, héroe idealizado, imagen a la cual no tenemos acceso o al Padre Dinero. Hoy tenemos la herencia de un padre difunto y un presidente que hace culto al muerto, por lo tanto no lo destrona, sigue siendo hijo de ese padre abandonante, castrador, agresivo, igual que los antiguos padres Urano y Cronos desdibujándose la forma y hasta genéticamente es otro, el zambo y la desorganización de la imagen corporal, “como descuartizada”. Por un lado el cabello y los bigotes de maduro por otro lado los ojos de Chávez. La mirada que te juzga, te persigue.
 
Llegó la hora de matar al padre psicológica y arquetipalmente hablando y tener el compromiso de asumir la ciudadanía: la exterior, con el país, y la interna, la de ser fieles a nosotros mismos.

 

 

 

¿Quién quiere ser millonario? La muerte de la cultura general, por Luis Carlos Díaz


Por Luis Carlos Díaz | 29 de Septiembre, 2013
Si usted se sienta los domingos a ver la versión criolla de la franquicia “¿Quién quiere ser millonario?”, no deje de acompañarlo con alguna pantalla digital que tenga a sus amigos de Twitter. Así se dará cuenta que el programa podría llamarse en los bajos fondos “¿Quién quiere ser humillado?”. Quizás no lo ha hecho, pero alguien en su casa sí. Como casi todo fenómeno en medios más o menos masivo, las plataformas digitales se convierten en un sofá extendido en el que miles de personas comparten lo que ven en pantalla, comentan en colectivo y no dejan escapar un chiste.

Sin embargo, el fenómeno es más complejo. Detrás de la pregunta: “¿Cómo es posible que el concursante no sepa cuál es el 5º planeta del sistema solar?” o “¿No le enseñaron en la escuela el símbolo químico del sodio?” se esconden otras cosas: desde un sistema educativo (y televisivo) deficiente, hasta la aceptación de que la cultura general está muerta. Sólo vemos su velorio como espectáculo cada fin de semana. Le lanzamos tweets en lugar de flores.
El principio del programa es una ilusión: la devaluación, sumada al invento fallido del bolívar fuerte, ha hecho que ni siquiera se pueda aspirar a ser millonario de verdad con los premios. En Venezuela los millonarios serios cotizan en moneda extranjera y se saben los trucos del Sicad. El nuevo premio mayor apenas alcanza para acomodar la casa, no aspirar a una nueva. Al igual que el pote final, la cultura se devalúa. No se mide conocimiento, sino la suerte de pegar las respuestas después de las preguntas de primaria. Si se contestan con consciencia, se considera honroso, pero si en su lugar se aplican comodines y la agonía es alargada con salvavidas y ayuda, entonces es considerado como “saber jugar”, que es distinto a sencillamente saber.
Por complicidades como esta, en donde la audiencia en estudio sabe aún menos que los participantes, el nivel de juego para cualquiera que haya visto “Saber y ganar”, el programa español, es de otro mundo. El verdadero QQSM debería empezar a partir de las preguntas de nivel 10, pero el guión suele hacerlo todo más tortuoso. Empieza por la comodidad de los refranes, pasa por el camino de las obviedades, se distiende en la zona musical para vergüenza pública, coquetea con ciencias naturales y clava la estocada de la historia de Venezuela. Quien sobrevive es aplaudido de pie, increíblemente.
 
Desde que la cultura masiva hizo explosión y quedó reducida o caotizada a retazos, fragmentos y archipiélagos de conocimiento, se hace más difícil tener cosas en común entre individuos de distintas regiones del país, o de distintas edades. Nuestros suegros se pararían de la silla y se irían si acaso les preguntaran por la letra de un reggaeton de moda, aunque “toda” la audiencia la supiera. Tampoco nos ponemos de acuerdo si un concursante maracucho debería saber qué es una sapoara o si es importante diferenciar a Kim Jong-un de Kim Jong-il. Eso que se cree cultura general es un espejismo. Rómulo Gallegos fue un señor que escribió Doña Bárbara, pero no me pregunte más, doctor Eladio. Cada vez son menos las cosas que “todo el mundo” sabe. Aunque la dificultad del programa la mayoría de las veces no supera los conocimientos impartidos durante el bachillerato, se demuestra que ese nivel es difícil incluso si el concursante tiene un grado universitario.
Las lagunas son naturales en la cultura general, porque ya ésta no existe. Un individuo medianamente formado parece más un televidente muy adicto que un ratón de biblioteca. Tienen más respuestas genéricas los crucigramistas que los doctores. En ese sentido, la película Slumdog Millionaire tuvo una perspectiva más inteligente: el azar de las preguntas coincidió con el relato de vida del concursante. Se trata de suerte, no de conocimiento. Sin embargo el programa trae otro consuelo para la audiencia: la seguridad hogareña y twittera que da el poder gritarle a la pantalla cuando el concursante es más bruto que uno, pero pasar agachado cuando se desconozca la respuesta.
 
Inteligencia colectiva
La conversación tejida en entornos digitales, donde la gente usa la etiqueta #QQSM para hablar sobre la pantalla de TV, genera la ilusión de que la audiencia sabe más que el participante. Y es así. La inteligencia colectiva habla de la capacidad que tienen los grupos humanos de potenciar sus conocimientos cuando están en contacto. El salto digital es que la plataforma que interconecta a la multitud le permite deliberar en tiempo real, producir insumos colectivamente y desarrollar a partir de los testigos dejados por otros en pocos segundos. Eso hace de Twitter, en momentos de alto rating televisivo, uno de los mejores laboratorios creativos de chistes y comentarios a distancia.
Al tratarse de mofa, la audiencia llega a niveles cumbres de inventar sobrenombres de inmediato, buscar las identidades digitales de quienes están en el banquillo para indagar en su vida, hacerle comentarios directos o buscar su banco de imágenes si se trata de una chica guapa. Haber convertido la vida personal en espectáculo digital, le da muchísimos insumos a quien desee saber más sobre la víctima del momento en la TV.
 
En materia de inteligencia colectiva hay dos referencias importantes, Pierre Levy ha publicado varios ensayos sobre el tema, uno de ellos destaca la “humanidad emergente en el mundo del cyberespacio” y promueve que:
“Nadie sabe todo, todos saben algo, todo conocimiento reside en la humanidad. No hay una provisión trascendente de conocimiento y el conocimiento es simplemente la suma de lo que sabemos. La luz de la mente brilla aun cuando intentamos persuadir a otros que no existe ninguna (inteligencia): ‘fracaso educativo’, ‘ejecución repetitiva’, ‘subdesarrollo’. El juicio demasiado prominente de la ignorancia se vuelve en contra de los jueces”.
Otra referencia conocida, con inclusión de las reglas de juego de la web colaborativa, es Planeta Web 2.0, un libro escrito por Cristóbal Cobo Romaní y Hugo Pardo Kuklinski. Allí, además de describir cómo los medios digitales han acelerado el proceso de organización de conocimientos, alerta que algunos subproductos derivan en fast food, como las fugaces conversaciones de domingos en la noche cuando Eladio Lares sirve en bandeja a los concursantes de un espacio de entretenimiento.
 
No sólo hay dificultades para que una misma persona cubra tantas aristas de la inexistente “cultura general”, sino que además algunos abusan de sus carencias al mostrar completo desconocimiento desde el principio, lo que los hace presas fáciles de una audiencia que busca también reforzar desde su casa que sabe algo y le indigna que otro lo ignore. La diferencia es que la distancia de las pantallas preserva un poco más el ego: quien no está bajo los reflectores y las cámaras, cree que todo es más sencillo porque le acompañan los amigos digitales.
Por eso el aforo pasa de la rabia a la risa con ánimo de carnaval. Durante una hora la gente es un poco bully. Así que no se sorprenda que el éxito del programa se renueve a pesar de su longevidad en pantalla. Sabemos ya que cuando Televén sea grande quiere ser RCTV, pero esta vez el programa tiene el ingrediente no esperado de las redes sociales y la complicidad colectiva.
Había gente que no lo sabía y se perdía del juego. Como todo, el colectivo nos redescubre lo que vamos siendo: Un juego de azar, no de conocimientos.
Pd: no se pierdan el Stand-Vid Comedy de Gabriel Núñez y Elena Sánchez sobre Quién Quiere Ser Millonario

http://www.youtube.com/watch?feature=player_embedded&v=LCmv42VT5wA

 

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